GENEROS ORATORIOS (Manual de Oratoria III Parte)
Comprende seis grandes ramas: la académica, la forense, la política, la sagrada, la social y la militar. Difieren solo por el tema. La estructura, con excepción de algunas piezas menores de la oratoria militar, es casi idéntica para todos.
1) Académica:
Abarca los discursos y conferencias pronunciado en los centros docentes, en las académicas, en las reuniones de carácter científico, artístico y literario. Es la más propicia a la magnificencia de la inteligencia y de la imaginación creadora. La favorece el lugar donde se pronuncie, generalmente consagrado a las justas literarias y científicas, y la calidad, y la calidad del auditorio, selecto y amante de las cosas buenas. Se tratara de ello, al explicar las partes del discurso.
2) Forense:
Llamada así, porque en el foro, o plaza publica de Roma, donde se trataban los negocios públicos solían ventilarse los juicios, públicos y privados, ahora se reserva este nombre a la pieza oratoria dicha en tribunales de justicia y en los juicios orales, para interpretar las leyes y aplicar la justicia, tanto en la defensa como en la acusación. Los oficiales y jefes de las Fuerzas Armadas se ven frecuentemente, en la necesidad de aplicarse a este genero oratorio. La función de defensor, sea porque ha sido solicitado expresamente por el reo, sea por haber sido designado de oficio por el juez, sino comprende las generales de la ley es un acto de servicio para los miembros de las fuerzas armadas. La oratoria forense exige capacidad y aptitud, porque de la fuerza de su razonamiento depende el bienestar, la honra y la vida del defendido, y la inmaculada pureza de la justicia.
3) Política:
La oratoria política tiene como objeto lo que se refiere a los intereses del Estado, de la nación, de la patria, del bien común de todos los ciudadanos que se agrupan al amparo de una constitución. Es la mayor propaganda en las naciones democráticas, en las cuales todos los ciudadanos tienen las mismas posibilidades. Puede dividirse en parlamentaria y popular. La primera, se realiza en los parlamentos o legislaturas, en los cabildos o concejos deliberantes, cuyos integrantes representan al pueblo que los elige por medio de los distintos partidos que actúan en un país, provincia o municipio. La segunda, la que practica el mismo pueblo, en lugares cerrados o abiertos, con propósitos de proselitismo. Propaganda, inculca y defiende la propia plataforma política. Ataca la ajena y tiende a la conquista del voto ciudadano para la agrupación a la cual pertenece el orador. La oratoria política es la más apasionada, porque implica la controversia, donde los espíritus se exaltan y enardecen. Exige capacidad para el debate, habilidad para la interrupción desviacionista, agilidad y rapidez mental para la contestación y la replica. Debe ser ardorosa, efectiva tendiente a impresionar fuertemente a las muchedumbres, heterogéneas y tornadizas cuando se realizar en lugares abiertos, al aire libre y con libertad de acceso para simpatizantes y adversarios. La parlamentaria pierde terreno, en nuestros días, diferencia de la popular, que lo gana. El trabajo legislativo se realiza en las comisiones parlamentarias, y en los debates se limita el tiempo de los oradores informantes, en pro y en contra, ya que en nada pueden modificar el dictamen de la mayoría. Esa limitación despoja a las oratorias parlamentarias del carácter solemne, memorables que recogió la historia. En cambio la oratoria popular prospera a cívicas encaminadas al logro de las aspiraciones sociales, del bienestar de la comunidad y del progreso y engrandecimiento de la patria. Es el medio propicio para llegar a las posiciones públicas. Interesa a la juventud y no tiene más reglas que el entusiasmo, la aspiración y el ideal, que ponen fuego en el corazón. Por regla general, es improvisada. Por eso, no es fácil para cualquiera. Se necesita mucha práctica y dotes sobresalientes.
4) Sagrada:
Es la que explica y defiende los principios de la fe y de la religión. Se lleva a cabo, generalmente, en los templos o en los actos religiosos al aire libre. Es función privativa de los ministros del culto, cuya misión consiste en llevar las almas a Dios, por el camino de la virtud. La nomenclatura de las piezas de la oratoria sagrada, es muy variada, generalmente reciben el nombre de sermón. Esto, por el contenido que es dogmático, apologético o moral. Por su forma, es expositivo o polémico. Cuando el sermón versa sobre un tema sencillo de moral, se denomina plática. Si se expone un punto del evangelio, llámese homilía. El panegírico es el discurso en alabanza de un santo o de una persona de grandes virtudes y meritos. El carácter de la oratoria sagrada, esta determinada por su fin, de acá no se hace al caso. Pero si hace al caso de una de sus especies: la oración fúnebre. Aunque suele incluirse en la clasificación denominada social, parece más exacto llamarla sagrada, y propia del orador confesional y del laico. El militar la practica, por imposición de los reglamentos, que la establecen obligatoria.
5) Oración Fúnebre:
Es la que se hace en los entierros, junto al féretro que guarda los restos del difunto.
Su finalidad es única: despedir y hacer el elogio de la persona que deja este mundo, para honra del muerto y ejemplo estimulante para los vivos. Es fácil de comprender que la oración tiene que ser sobria, seria, emotiva, justa y reverente. Así lo exigen el lugar y las circunstancias. Se hacen resaltar las virtudes y las cualidades positivas del desaparecido. Los defectos quedan librados al juicio de Dios y de la historia. Seria un contrasentido mencionarlos junto al cadáver del que se fue, pues allí se trata de manifestar el pesar que causo su muerte, porque ocasiona una perdida. La oración fúnebre se deforma por defecto, por exceso y por desvío:
a) Por defecto:
Cuando no se dice nada, o se expresan cosas vulgares; sin importancia. Es muy común en el orden militar. Limitarse a enumerar los destinos que ha tenido por gravitación de sus grados jerárquicos, no significa señalar ningún merito ni virtud personal. Son funciones obligatorias y de rutina. Esta deficiencia proviene del método empleado para cubrir la disposición reglamentaria de despedir al camarada en las Fuerzas Armadas. Oficialmente suele designar a un orador de igual jerarquía, que frecuentemente pertenece a promociones posteriores y ni siquiera conoció al que despide. Mal puede saber de sus meritos y sus virtudes ni tiene posibilidad de averiguarlo, debido a la prematura del tiempo y a la forma en que suele ser designado. La oración pierde su carácter, pareciéndose a la fría lectura de una hoja de servicios.
b) Por exceso: Es el extremo opuesto. Se formula tales elogios y apreciaciones del difunto, que, estando muy lejos de corresponder a meritos reales, más se parecen a un sarcasmo que a un acto de justicia. Esto puede suceder por diversos motivos: o por desconocimiento de la vida que se apagó, como ya se dijo, o por el deliberado propósito de magnificar su posibilidad, por motivo de amistad y de simpatía, en fin, por la falta de pericia y de sentido común en el desempeño de la misión.
c) Por desvío:
Se desvirtúa, por desvío, la finalidad de la oración fúnebre, cuando se aprovecha la tribuna para otros fines distintos de la despedida, y del merecido y estimulante elogio. Eso sucede, desgraciadamente con harta frecuencia, cuando se utiliza la inmunidad que otorgan las circunstancias, ya sea para dar rienda suelta a los propios sentimientos de odios y resentimientos individuales y sociales, o lo que es peor, para exteriorizar supuestas ideas o convicciones filosóficas, negando la supervivencia de los espíritus o elevando protesta contra Dios o contra el destino por haber truncado injustamente una vida promisoria, además de ser todos recursos de mal gusto, constituyen un abuso incalificable, un verdadero sacrilegio y profanación de los despojos humanos. La muerte es un hecho significativo, que lleva a la serena meditación que engendra la paz de los espíritus. Por eso contrasta y desagrada todo intento de utilizarla para sublevar las bajas pasiones o suscitar la confusión o la duda. No es arriesgado afirmar que la oración fúnebre es una de las ramas más difíciles y delicadas de la oratoria. Tan difícil es y delicada, que la Iglesia Católica la ha suprimido y prohibido en los templos. Solo en casos excepcionales la permite o tolera. Siempre con la obligación de someter el texto a la previa aprobación superior. Quizás no este lejos el día en que, o por tácito avenimiento, o por disposiciones legales, se prescinda de la oración fúnebre o se la prohíba. Cuanta paz reinaría en los cementerios y cuantos sacrilegios o profanaciones se evitarían.
6) Social:
Se da este nombre, a los discursos o palabras que suelen pronunciarse en actos de carácter eminentemente social. Es costumbre decir palabras de bienvenida o de despedida cuando alguna persona de importancia en la comunidad llega o se aleja. Se habla en los actos de beneficencia, en las reuniones deportivas, en las fiestas escolares, en las inauguraciones de obras y de centros, en los aniversarios y conmemoraciones de cualquier orden. Y es casi ritual el discurso o el brindis en las comidas, tanto de homenajes, como de camaradería. Se ha hecho tan común entre nosotros este género de oratoria múltiple, que no se concibe un acto, de los mencionados, entre otros muchos, sin su correspondiente perorata, o peroratas, porque resulta también indispensable contestación por parte de alguien que reviste, o cree revestir, la representación de la comunidad, de la institución sociedad.
CARÁCTER DEL DISCURSO SOCIAL:
a) Por defecto:
Cuando no se dice nada, o se expresan cosas vulgares; sin importancia. Es muy común en el orden militar. Limitarse a enumerar los destinos que ha tenido por gravitación de sus grados jerárquicos, no significa señalar ningún merito ni virtud personal. Son funciones obligatorias y de rutina. Esta deficiencia proviene del método empleado para cubrir la disposición reglamentaria de despedir al camarada en las Fuerzas Armadas. Oficialmente suele designar a un orador de igual jerarquía, que frecuentemente pertenece a promociones posteriores y ni siquiera conoció al que despide. Mal puede saber de sus meritos y sus virtudes ni tiene posibilidad de averiguarlo, debido a la prematura del tiempo y a la forma en que suele ser designado. La oración pierde su carácter, pareciéndose a la fría lectura de una hoja de servicios.
b) Por exceso: Es el extremo opuesto. Se formula tales elogios y apreciaciones del difunto, que, estando muy lejos de corresponder a meritos reales, más se parecen a un sarcasmo que a un acto de justicia. Esto puede suceder por diversos motivos: o por desconocimiento de la vida que se apagó, como ya se dijo, o por el deliberado propósito de magnificar su posibilidad, por motivo de amistad y de simpatía, en fin, por la falta de pericia y de sentido común en el desempeño de la misión.
c) Por desvío:
Se desvirtúa, por desvío, la finalidad de la oración fúnebre, cuando se aprovecha la tribuna para otros fines distintos de la despedida, y del merecido y estimulante elogio. Eso sucede, desgraciadamente con harta frecuencia, cuando se utiliza la inmunidad que otorgan las circunstancias, ya sea para dar rienda suelta a los propios sentimientos de odios y resentimientos individuales y sociales, o lo que es peor, para exteriorizar supuestas ideas o convicciones filosóficas, negando la supervivencia de los espíritus o elevando protesta contra Dios o contra el destino por haber truncado injustamente una vida promisoria, además de ser todos recursos de mal gusto, constituyen un abuso incalificable, un verdadero sacrilegio y profanación de los despojos humanos. La muerte es un hecho significativo, que lleva a la serena meditación que engendra la paz de los espíritus. Por eso contrasta y desagrada todo intento de utilizarla para sublevar las bajas pasiones o suscitar la confusión o la duda. No es arriesgado afirmar que la oración fúnebre es una de las ramas más difíciles y delicadas de la oratoria. Tan difícil es y delicada, que la Iglesia Católica la ha suprimido y prohibido en los templos. Solo en casos excepcionales la permite o tolera. Siempre con la obligación de someter el texto a la previa aprobación superior. Quizás no este lejos el día en que, o por tácito avenimiento, o por disposiciones legales, se prescinda de la oración fúnebre o se la prohíba. Cuanta paz reinaría en los cementerios y cuantos sacrilegios o profanaciones se evitarían.
6) Social:
Se da este nombre, a los discursos o palabras que suelen pronunciarse en actos de carácter eminentemente social. Es costumbre decir palabras de bienvenida o de despedida cuando alguna persona de importancia en la comunidad llega o se aleja. Se habla en los actos de beneficencia, en las reuniones deportivas, en las fiestas escolares, en las inauguraciones de obras y de centros, en los aniversarios y conmemoraciones de cualquier orden. Y es casi ritual el discurso o el brindis en las comidas, tanto de homenajes, como de camaradería. Se ha hecho tan común entre nosotros este género de oratoria múltiple, que no se concibe un acto, de los mencionados, entre otros muchos, sin su correspondiente perorata, o peroratas, porque resulta también indispensable contestación por parte de alguien que reviste, o cree revestir, la representación de la comunidad, de la institución sociedad.
CARÁCTER DEL DISCURSO SOCIAL:
El carácter de todos estos discursos, puede concentrarse en estos principios generales, dictados por el sentido común: deben ser oportunos, ponderativos, sentidos y breves.
1) Oportunos:
El tema tiene que tomarse de las circunstancias y conformarse a las personas de que se trata. Cualquier digresión ajena al asunto, afea el discurso, desvirtúa el propósito y cansa al auditorio. Es un abuso.
2) Ponderativo:
Es lógico que se pondere, ensalce y encarezca lo que se esta celebrando y honrando con la demostración. Pero el elogio, el comentario, tratase de entidades sociales o de personas humanas, debe ser moderado, justo, equitativo. El ditirambo, la exageración, chocan, molestan y provocan situaciones enojosas o comentarios irónicos, máxime si van dirigidas a personas presentes. Cuando lo bueno que se dice de una entidad o de un individuo, se ajusta a la verdad, es justicia, y como tal agrada, porque provoca el recogimiento, la admiración y el aplauso espontáneo y merecido.
3) Sentido:
Lo expuesto anteriormente, refiérase al fondo del discurso, o sea a lo objetivo. La tercera nota es objetiva, esto es, una condición exigida del orador mismo. Ya se dijo en el lugar correspondiente, que nada existe más contraproducente que un discurso frío, dicho sin expresión de sentimientos. Y cualquier circunstancia que se alude a personas presentes. Si no se pone convicción, sentimiento, emoción, cariño en lo que se expresa, se da la impresión de que se cumple convencionalmente, formalmente con una obligación impuesta por el medio, por la posición o por la exigencia, dejando en el ambiente la penosa impresión de que todo es forzado, fingido y desprovisto de verdad y de justicia. En cambio, si el que brinda u ofrece la demostración, pone vida en sus palabras y las anima con el fervor del sentimiento y de la sinceridad, contagia al auditorio, lo hace participe de la emoción, y el aplauso brota espontáneo, fresco y consagratorio. Especialmente el brindis debe reunir esas condiciones. Principio o epilogo de una reunión social, constituye la voz de orden para el homenaje, o el sello de las comunes aspiraciones. Por tanto, tiene que brotar del alma, arropado con todas las galas del espíritu, a fin de que encienda la llama en los corazones asistentes y se estremezcan al conjunto de los comunes anhelos.
4) Breves:
Una de las más bellas cualidades del discurso, en general, es la brevedad. Y uno de los principales defectos del mismo, es la extensión excesiva. Si desagradan por lo muy largos, hasta las conferencias y discursos académicos, que por su naturaleza no pueden menos que serlo, considérese como resultan pesados, odiosos, cansadores los discursos sociales prolongados, destinados por su índole, a ser solo un toque de llamada a un broche en el conjunto armonioso del festival, del homenaje o de la comida.
Lo que debería ser adorno, para goce del espíritu, se trueca en elemento de hastío, que lo adormece. La brevedad no solo es conveniente en tales actos; los exige su naturaleza misma. En un acto escolar, en el que asisten niños que, por su edad, ni les interesa lo que se diga ni son capaces de una atención prolongada; en reuniones deportivas, a las que el público acude, atraído por los juegos y las exhibiciones y no a oír discursos; en una jura de la bandera, donde lo que interesa es el juramento y el consiguiente desfile ante el pabellón para honrarlo; en una salutación de bienvenida o de despedida, acto durante el cual, el que llega, el que se va y el publico desean estar desembarazados para departir libremente con los conocidos y amigos; en una comida, en la que se ha hecho derroche de buen humor; entre abundantes platos y bien servidas las copas que predisponen a las fervorosas intimidades; en cualquiera de los actos sociales, en que la tradición impuso la tiránica costumbre de que se “digan algunas palabras”, el orador debe ser breve, lo mas breve posible, so pena de echar a perder la fiesta y atraer sobre su persona la mofa de la concurrencia, obligada a observar una actitud solemne, de atención y recogimiento, en lugares a donde acudió en busca de solaz y esparcimiento. Es necesario revestirse de valor, en tales circunstancias y cortar de raíz todo impulso de lucimiento, a expensas de la tranquilidad ajena. Y ya que no se puede evitar el mal de pronunciar un discurso, porque así lo impone la moda, de dos males elijase el menor, diciendo pocas palabras, adecuadas a las circunstancias bien hiladas y mejor sentidas. Se contará, sino con la absoluta aprobación de los comensales, por lo menos con su condescendencia y no se habrá frustrado la finalidad del discurso, que es deleitar y provocar adhesiones.
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